El calor se rinde ante una devoción que no entiende de fechas ni de estilos de carga

La Señora de la Alameda.

Siempre escuché decir a mis antepasados que algo tiene la Virgen del Carmen que la convierte en especial. No es Patrona de Cádiz, pero más allá de entrar en disputas absurdas de mayor o menor componente devocional, lo que está claro es que tiene un arraigo insustituible en el pueblo de Cádiz. Y este 16 de julio no fue una excepción. 

Los derrotistas de lo ajeno siempre se aprestan a tildar aquello que rodea a las procesiones con un punto de negativismo. En el caso del Carmen se lleva criticando desde hace algunos años que su recorrido es muy amplio. Más que una crítica eso debe entenderse como una bendición porque llega a muchos más rincones. La verdad es que resulta complicado contemplar a la imagen con una cierta comodidad porque el gentío se agolpa en cualquier lugar del itinerario.

Y luego, el calor, ese compañero habitual cada 16 de julio. Tampoco suele faltar el levante, aunque en esta ocasión fue una tarde un poco cambiante de viento. A partir de las diez de la noche se percibió un giro que, en absoluto, restó público de las calles. Y así hasta que se recogió pasada la medianoche en la parroquia del Carmen.

A las ocho de la tarde, la alta temperatura ambiental y meteorológica acompañaba los primeros pasos de la Señora camino de la plaza de Mina. Un nutrido grupo de hermanos portando cirios, la mayoría con el escapulario en el pecho, precedía a la imagen de Pimentel. Se echó en falta la representación de la hermandad de la Paz, tan vinculada a la parroquia hasta hace muy poco tiempo. En la presidencia marchaban el hermano mayor, José Francisco Trigo, junto al delegado episcopal para las hermandades y cofradías, Juan Enrique Sánchez, y el prior de los dominicos Pascual Saturio. No faltaban, igualmente, las representaciones militares y navales que preceden al paso. A las ocho y veinte, la Virgen del Carmen ya estaba en la calle. 

A la hora de hablar de devoción solo hay que esperar a que se levanten las caídas del paso para comprobarlo. Entre el colectivo humano gente de toda condición y procedencia, desde hermanos mayores como Francisco Javier Lucero o Sergio Rodríguez, hasta capataces como Joaquín Cortés o Paco Álvarez, o integrantes de una cuadrilla tan de Cádiz, Cádiz como la de Jesús Caído. Y es que aquí se carga por devoción a la Virgen, más allá de los absurdos debates de estilos que algunos hermanos mayores se empeñan en sacar a la luz pública. Por cierto, los hombres del palo trabajaron a destajo y los relevos se agradecieron en una tarde tan acalorada. En algunos momentos se sufrió de lo lindo y hubo que dar fondo con las marchas aún interpretándose. No hizo el calor de la Magna pero casi.

En el desfile de la Virgen del Carmen todo es grandilocuente y excelso. El apartado musical no le va a la zaga. Contar con la Oliva de Salteras es un auténtico lujo. La formación sevillana supo alternar marchas clásicas con otras menos utilizadas en los callejeros. Pasada la medianoche del ya 17 de julio, tocaba evocar los mejores momentos. Sin embargo, este año habrá postre. Concretamente el próximo día 22, con motivo de la conmemoración del décimo aniversario de la coronación canónica. Pero es ya será otra historia. Igualmente brillante, claro.