El miércoles 13 de marzo de 2013, curiosamente a las 20.13 horas, el cardenal francés Jean-Lois Tauran anunciaba al mundo la tan conocida expresión “Habemus Papam”. Para sorpresa de todos, a las 20.21 horas del 13 de marzo, aparece, en el balcón central de la plaza de San Pedro de El Vaticano, Jorge Mario Bergoglio, un hombre sencillo, aturdido por tanta responsabilidad, vestido de blanco y que había tomado por nombre el del gran reformador de la Iglesia desde dentro, y que con gesto de timidez saludaba a los miles de feligreses. La particular cercanía que transmitió el Papa Francisco desde el mismo momento en que fue anunciado como nuevo Sumo Pontífice, se reflejaba en sus palabras. El “párroco de Roma”, como a él mismo le gusta definirse.
Pocos pensaban que el nuevo sucesor de Pedro, traería tan buenas nuevas para la iglesia Católica. El Papa Francisco, goza de un gran prestigio entre sus seguidores que aprecian su total disponibilidad y su forma de vida, alejada de toda ostentación. El primer Papa latinoamericano y de formación jesuita, dirige desde entonces los destinos de una institución sacudida en sus cimientos por una serie de hechos bochornosos y abominables acontecidos en los últimos años, los cuales son por todos conocidos. Jorge Mario Bergoglio, creía en la necesidad de redireccionar el enfoque que ha venido teniendo la iglesia católica, una iglesia desconectada de los reclamos sociales, una iglesia de las alturas, elitista, de placeres vanos y adherida a los poderes de turno. Plantea una iglesia pobre y para los pobres, ahí donde siempre habitará Dios, en la carencia, en la desigualdad, en la inexistencia de niveles mínimos de sobrevivencia humana digna y respetable. Y no solo se ha quedado ahí, ha tocado el neurálgico tema que ha sido para la iglesia católica la homosexualidad, “quién soy yo para juzgarlos”, dejando claro con esto un nuevo enfoque por parte del vaticano a la postura milenaria que ha tenido la iglesia, de intolerancia y marcada exclusión social hacia un conglomerado humano que simplemente comparte unas preferencias sexuales distintas, a la mayoría de los demás habitantes de este mundo hostil.
La revolución del Sí
Si pudiéramos calificar con una frase el proyecto pastoral del Papa Francisco, podríamos decir que ha puesto en marcha una revolución, “la revolución del Sí”. A diferencias de las movidas negativas presididas por el odio, el rencor, la violencia, la oposición sistemática, el Papa es un hombre de Dios que, desde el Evangelio, busca todo lo positivo que hay en el hombre y en la sociedad. No se le escapa, evidentemente, el mal que nos rodea, o que hay dentro de nosotros, pero prefiere seguir aquella máxima de San Pablo. “Hay que ahogar el mal con la abundancia de bien”. Por ello, a lo largo de este primer año de su pontificado, podríamos citar el siguiente decálogo de la revolución del Sí; A la misericordia divina que acoge a todo pecador arrepentido que llega pidiendo perdón como el hijo pródigo. Al amor y adoración de la Eucaristía, recordando que no podemos vivir ninguna jornada sin ella. Sí a las virtudes humanas del hombre en general, y del cristiano en particular, que son el fundamento de las espirituales. Al amor del buen samaritano que hace todo lo posible, sin dar rodeos, para auxiliar con cariño al pobre tendido en el camino. Sí a la sinceridad y coherencia de vida, luchando contra la hipocresía, el fariseísmo, la falsedad, evitando por todos los medios ser sepulcros blanqueados que guardan muerte en su interior. Sí a la cultura del vínculo, promoviendo la unidad en la familia, en los ambientes sociales y de trabajo, en las instituciones de la Iglesia, en la política y lucha por un mundo más justo. Sí a la Luz que nos viene de lo alto, y que debe iluminar los rincones del alma, y nuestras relaciones con Dios y con los demás. Sí a la Familia, célula básica de la sociedad, querida por Dios, santificada por Cristo, imprescindible para la salud psíquica del ser humano y la armonía en las relaciones sociales. Al espíritu de servicio, que empapa el poder de un fuerte deseo de hacer el bien, buscando la paz y la justicia. Un poder sin servicio es ridículo. Sí al sacerdote como pastor de almas, “con olor a oveja”. Que no “balconea” viendo desfilar la vida, sino que sale a la calle para acompañar a los hombres sus hermanos. Sí decidido de amor a los pobres, a los “últimos” del mundo, pero primeros en el Reino de los Cielos. No ser ricos epulones absorbidos por nuestro placer y poderío. Sí rotundo a la presencia de la Virgen María en nuestra vida cristiana. Nada podemos sin la ayuda de la Madre. Así lo ha querido Dios, y así lo vivió el Hijo de Dios. Y un sí a la oración. Se evangeliza con las rodillas. Si no hay oración no puede haber acción cristiana auténtica.
Las reformas que el Papa Francisco tiene planeadas para la Iglesia católica, no son superficiales ni fáciles de implementar. De ahí que los objetivos de su “programa de Gobierno”, definidos por el propio Jorge Mario Bergoglio, suelan ser descritos como una revolución por mandato pontificio que necesita el respaldo de la feligresía mundial para poder ser consumada. El Papa Francisco ya afirmo en la celebración de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, de Río de Janeiro, que no tenían que tener miedo a ser revolucionarios, que valía la pena decir Sí a Cristo. El Papa pidió a los creyentes que fueran a "contracorriente". Con este talante el Papa está presentando la cara amable de la Iglesia, que es como un espejo en el que debemos mirarnos para ver que sobra en nuestra vida, y que puede dañar la obra de la Redención del ser humano.
Este Papa va en serio
Es una especie de despojo histórico el que ha traído el nuevo Papa, presentando un resurgir eclesiástico basado en la aceptación de las nuevas realidades del mundo. Sus contundentes palabras reflejan las nuevas buenas que han llegado para la iglesia y el mundo. La iglesia humilde, tolerante, aliada a los intereses de los más necesitados, desprovista de todo tipo de psicología de príncipes, es la que pretende encarnar Francisco, un Papa de este siglo para los siglos. Es más que una reformulación, es una verdadera e integral revolución eclesiástica lo que está en curso, aunque para los pesimistas, todo esto obedece a un nuevo populismo Papal que encarna Francisco. Pero independientemente de las posiciones que sostengan los defensores o los detractores de la iglesia católica, lo que sí es cierto, es que está promoviendo el discurso que merece la situación que vivimos, una situación, donde la deuda social acumulada por quienes han ostentado el poder, es abismal.
El papa habla claro, y lo hace, además, ante los medios de comunicación, en cualquier oportunidad y sin miedo a equivocarse o a tener que matizar después. Sus ideas, por otra parte, están empezando a conectar con muchos fieles progresistas y cristianos de base, acostumbrados a tener que hacer juegos malabares para poder superar las contradicciones de su iglesia. Desde el pontificado de Juan XXIII, hace ya medio siglo, no había soplado tanto aire fresco en la Iglesia Católica, o, al menos, eso aseguran quienes ven en el nuevo obispo de Roma, si no una revolución, sí la antesala de un gran aperturismo.
“Ustedes y yo, juntos le damos forma a la Iglesia!” Miles de años después, el Papa ha venido a recordar la respuesta a quien la busca: Dios. Él es la respuesta de la fe y de la esperanza. Sólo la belleza de Dios puede atraer, su camino es el de la fascinación. Este es el "lío" que propone Francisco: el amar y ser testigo de Cristo, un cristianismo no licuado, un cristianismo que es vida que atrae. Bergoglio insta a demostrar que la Iglesia católica puede hacer aportes importantes para construir una sociedad más justa. Es pronto aún para saber hasta dónde llegará realmente, y muchos los retos que tiene todavía por delante, pero no parece un mal punto de partida este su primer año como Sumo Pontífice.